VIDA Y MUERTE EL
INQUISIDOR LUIS ARMANDO VARGAS TORRES.
Un enigma ancestral
es el origen de la vida, la muerte como
fin de esta. Las teorías varían dependiendo de la idiosincrasia de los pueblos,
ante la imposibilidad de escudriñar a satisfacción, el refugio es la religión
que promete vida eterna.
Los Estadunidenses
celebran a su manera, gestando una cultura por los resucitados, zombis y almas
en pena. Los mexicanos por nuestra parte hacemos lo propio con los altares a
nuestros santos difuntos el día 1 de noviembre y el día 2 a los difuntos
mayores.
Celebraciones que
entre más nos adentremos al interior de la república resultan rituales
fascinantes, amanecer en la Isla de Pátzcuaro Michoacán donde el fervor es
impresionante, visitar los panteones de la CDMX , Chiapas o Oaxaca, es
verdaderamente impactante, ver familias completas departiendo y celebrando su
fiesta en el panteón al lado de sus muertos.
Los mexicanos nos
cuecemos aparte, se dice que no le tememos a la muerte y la hacemos parte de nuestra
existencia, las expresiones populares no dejan duda ¡pa´ morir nacimos- en qué
quedamos pelona, me llevas o no me llevas! no le temo a la muerte, más le temo a la vida…
Sin embargo por muy
machín que sea el mexicano se arruga cuando fallece su progenitora, ya nada es
igual. ¡Cómo no iba a ser así, si ella nos trajo en su vientre, nos creó,
formó, educó!
La vida del ser
humano se tipifica en edades, nuestros ancestros nos enseñaron a calificar a
las personas así; por sexo, niñez, juventud, edad adulta y vejez. Conforme las
ciencias sociales han avanzado los calificativos se han suavizado, pero la
crueldad de los humanos no ha cambiado.
A los niños los
bullíamos los adultos, se les educa como minusválidos, no cuentan, no existen,
se les ignora, se les manda a otro cuarto cuando vienen visitas, al patio a
jugar, poca comunicación, pocas explicaciones, deben obedecer.
Los jóvenes por su
parte hacen lo propio con sus mayores, pertenecen a un mundo incomprendido de
negocios, de política, con fórmulas inentendibles para ellos. Las cosas del
corazón, del noviazgo, del ensueño, de la ilusión por su parte es algo que para
el adulto no tiene ya significado.
El adulto el que
rebasó la tercera edad vive otro mundo, ya desligado del proceso productivo,
dio su mejor esfuerzo y por tanto ya no genera, salvo el que guardo lo
suficiente, la mayoría vive de la asistencia social o de la buena voluntad de
su familia, que por lo general se muestra reacia a compartir con él y le
relega.
Así pasa la vida para
la gran masa de la población, la cual nace, crece, se reproduce y muere, va
contando los años que le faltan por vivir y entra en un estado de depresión
acelerada sin vivir plenamente las etapas de su vida.
Encontramos los que
no tuvieron niñez, juventud, edad adulta tratando de hacerlo tardíamente porque
se enfocaron en un objetivo determinado, por ello encontramos personas maduras
vestidas de adolescente, los viejos de hippies, o el maduro rabo verde
haciéndola de galán.
Cuando fallece se
acabó el corrido y sólo le quedará que de muerto le celebren sus desaciertos
como virtudes (era caón el viejo) y sus virtudes se santifiquen. Nunca habrá un
muerto malo porque ¡ya está juzgado de
Dios!.
Estos días de muertos
celebren a los que se fueron, pero sin olvidar su vida propia, arriba de los 50
años ya se vive en un mundo de vivos y difuntos, después de la tercera edad se
habrá ido el 70% de su generación, ya no habrá abuelos tíos, padres o hermanos.
Le rodearán hijos, nietos o biznietos que a veces parecerán extraños.
Recordad la máxima de
Eclesiastés “mejor es la casa del luto,
que la casa de la risa” algo aprenderemos de estas festividades.
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