lunes, 31 de octubre de 2016

LUIS ARMANDO VARGAS TORRES- EL INQUISIDOR,


VIDA Y MUERTE        EL INQUISIDOR    LUIS ARMANDO VARGAS TORRES.


Un enigma ancestral es el origen de la vida,  la muerte como fin de esta. Las teorías varían dependiendo de la idiosincrasia de los pueblos, ante la imposibilidad de escudriñar a satisfacción, el refugio es la religión que promete vida eterna.

Los Estadunidenses celebran a su manera, gestando una cultura por los resucitados, zombis y almas en pena. Los mexicanos por nuestra parte hacemos lo propio con los altares a nuestros santos difuntos el día 1 de noviembre y el día 2 a los difuntos mayores.

Celebraciones que entre más nos adentremos al interior de la república resultan rituales fascinantes, amanecer en la Isla de Pátzcuaro Michoacán donde el fervor es impresionante, visitar los panteones de la CDMX , Chiapas o Oaxaca, es verdaderamente impactante, ver familias completas departiendo y celebrando su fiesta en el panteón al lado de sus muertos.

Los mexicanos nos cuecemos aparte, se dice que no le tememos a la muerte y la hacemos parte de nuestra existencia, las expresiones populares no dejan duda ¡pa´ morir nacimos- en qué quedamos pelona, me llevas o no me llevas!  no le temo a la muerte, más le temo a la vida…

Sin embargo por muy machín que sea el mexicano se arruga cuando fallece su progenitora, ya nada es igual. ¡Cómo no iba a ser así, si ella nos trajo en su vientre, nos creó, formó, educó!

La vida del ser humano se tipifica en edades, nuestros ancestros nos enseñaron a calificar a las personas así; por sexo, niñez, juventud, edad adulta y vejez. Conforme las ciencias sociales han avanzado los calificativos se han suavizado, pero la crueldad de los humanos no ha cambiado.

A los niños los bullíamos los adultos, se les educa como minusválidos, no cuentan, no existen, se les ignora, se les manda a otro cuarto cuando vienen visitas, al patio a jugar, poca comunicación, pocas explicaciones, deben obedecer.

Los jóvenes por su parte hacen lo propio con sus mayores, pertenecen a un mundo incomprendido de negocios, de política, con fórmulas inentendibles para ellos. Las cosas del corazón, del noviazgo, del ensueño, de la ilusión por su parte es algo que para el adulto no tiene ya significado.

El adulto el que rebasó la tercera edad vive otro mundo, ya desligado del proceso productivo, dio su mejor esfuerzo y por tanto ya no genera, salvo el que guardo lo suficiente, la mayoría vive de la asistencia social o de la buena voluntad de su familia, que por lo general se muestra reacia a compartir con él y le relega.

Así pasa la vida para la gran masa de la población, la cual nace, crece, se reproduce y muere, va contando los años que le faltan por vivir y entra en un estado de depresión acelerada sin vivir plenamente las etapas de su vida.

Encontramos los que no tuvieron niñez, juventud, edad adulta tratando de hacerlo tardíamente porque se enfocaron en un objetivo determinado, por ello encontramos personas maduras vestidas de adolescente, los viejos de hippies, o el maduro rabo verde haciéndola de galán.

Cuando fallece se acabó el corrido y sólo le quedará que de muerto le celebren sus desaciertos como virtudes (era caón el viejo) y sus virtudes se santifiquen. Nunca habrá un muerto malo  porque ¡ya está juzgado de Dios!.

Estos días de muertos celebren a los que se fueron, pero sin olvidar su vida propia, arriba de los 50 años ya se vive en un mundo de vivos y difuntos, después de la tercera edad se habrá ido el 70% de su generación, ya no habrá abuelos tíos, padres o hermanos. Le rodearán hijos, nietos o biznietos que a veces parecerán extraños.

Recordad la máxima de Eclesiastés  “mejor es la casa del luto, que la casa de la risa” algo aprenderemos de estas festividades.


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