EL ANTES Y DESPUES DE LAS AUTORIDADES ELECTORALES
Enrique López Sanavia
Tamaulipas,
en junio de 1995, ingresa en el
escenario nacional respecto de la
conformación ciudadanizada de su
organismo electoral local. La sociedad civil tamaulipeca, hizo acto de
presencia física en el seno y dirección
de los organismos electorales para preparar, organizar y vigilar los comicios
locales de aquella época, apuntalando su incorporación en la estructura y actos de una democratización regional que se
venía gestando desde 1990 cuando nace constitucionalmente el Instituto Federal
Electoral. En nuestra entidad federativa, se fortalece la autoridad
administrativa electoral y paralelamente la autoridad jurisdiccional electoral
desde aquella memorable fecha.
Quedan
como antecedente histórico las Comisiones y Comités electorales, los Colegios
Electorales donde el Congreso del Estado era el titular de la calificación
definitiva de las elecciones, que
sustituyeron a las Juntas Computadoras y a los Presidentes Municipales que en antaño designaban
a los empadronadores, al igual que quedan atrás las Juntas Computadoras o de Escrutinio, las Juntas Electorales Municipales y Juntas
Electorales de Partido, instituciones
que originariamente tuvieron su asiento en las Juntas Populares y en las Juntas de Escrutinio Municipales establecidas en el año de 1825. Ese avance cronológico 1825-1995 nos mostró
un nuevo rostro democrático, donde la participación directa del poder Legislativo, del poder municipal y del poder partidista era
determinante dado que en su ejercicio organizaban los comicios e incluso los
partidos hacían sus propias boletas
electorales, quedando a la fecha, todo
ello como un pasaje histórico de esa primitiva forma de organización eleccionaria. Una historia de
buenos y malos recuerdos, donde según los comentarios históricos permitían abusar del neófito en la
materia, sucediéndose evidentes irregularidades eleccionarias, actos violentos,
coacción a los electores, robo y quema de urnas o fraude en el escrutinio y cómputo
de los comicios, cuestiones todas ellas que no podría negarse en esa empolvada
y negra historia de la democracia mexicana.
Pero
todo tiene su tiempo. La materia político-electoral y la democracia cobran fuerza, al ir
paulatinamente evolucionando en aras de su perfeccionamiento, aunque en
momentos, sacudida por intereses creados
o por la vieja costumbre de la manipulación. De ahí que el argumento de que “el pasado fue mejor” no cabe en esta disciplina sociológica. No
cabe, en virtud de que el comportamiento humano
y las circunstancias colectivas, resultan sorprendentes por la
diversidad de acciones cambiantes de su significativa organización. Es ese evolutivo ciclo democratizador: lo que orienta y busca el beneficio para la
mayoría, que es el componente social que es menester satisfacer; lo que hace
mejorar leyes ad-hoc haciéndolas más sensibles y objetivas a la vida actual; lo que recoge y
sintetiza los reclamos ciudadanos y las exigencias de la población, tendentes a alcanzar
su plena efectividad; lo que al recuperarse interna y externamente, se impulsa
y allega de árbitros de estatura y calidad para organizar las elecciones; en fin, lo que
anhela representaciones populares
sustentadas por el voto público de un electorado que vive las elecciones.
C
o n t i n u a r á
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