domingo, 12 de febrero de 2017

Desde Nuevo Laredo: La Columna Política de Carlos Domínguez,



Desde Nuevo Laredo:
La Columna Política de Carlos Domínguez
 
JESÚS A LOS 19 AÑOS DE EDAD; Y REBECA, LA HIJA DE ESDRAS
 
Aunque Jesús a los 19 años de edad era pobre, su nivel social en Nazaret no había sufrido menoscabo. Era uno de los jóvenes más destacados de la ciudad y casi todas las doncellas lo consideraban con gran respeto. Puesto que Jesús era un espléndido ejemplar de robustez física y desarrollo intelectual, y teniendo en cuenta su reputación de líder espiritual, no es de extrañar que Rebeca, la hija mayor de Esdras, un rico mercader de Nazaret, descubriera que se estaba enamorando de este hijo de José.
 Rebeca primero le confió sus sentimientos a Miriam, la hermana de Jesús, quien a su vez se lo comentó a su madre. María se alarmó mucho. ¿Es que iba ella a perder a su hijo ahora, cuando se había convertido en el indispensable jefe de familia? También meditó sobre qué efecto podría tener el matrimonio para la futura carrera de Jesús. No muy a menudo, pero por lo menos de vez en cuando, María recordaba que Jesús era un “hijo de promesa”.
 Después de discutir el asunto entre ellas, María y Miriam decidieron tratar de frenarlo antes que Jesús se enterara, hablando directamente con Rebeca, contándole toda la historia y explicándole francamente que creían que Jesús era un hijo del destino, que había de convertirse en un gran líder religioso, tal vez en el mismo Mesías.
 Rebeca escuchó atentamente, estremecida y más decidida que nunca a echar su suerte con este hombre de su elección y compartir su carrera de liderazgo. Argüía consigo misma que un hombre de tan especial naturaleza necesitaba aún más que otros de una esposa fiel y hacendosa. Interpretó el ansia de María por disuadirla como una reacción natural al temor de perder al jefe y el único sostén de su familia. Pero sabiendo que su padre aprobaba la atracción por el hijo del carpintero, pensó que no tendría inconveniente en proveer a la familia con suficientes ingresos como para compensar ampliamente la pérdida de las ganancias de Jesús; y tenía razón.
 Cuando su padre manifestó que así lo haría, Rebeca habló nuevamente varias veces con María y Miriam, pero al no conseguir su apoyo, decidió armarse de valor y acudir directamente a Jesús. Así lo hizo con la cooperación de su padre, quien invitó a Jesús a su casa para la celebración de los diecisiete años de Rebeca.
 Jesús escuchó atenta y compasivamente la exposición de estos sentimientos, primero del padre de Rebeca, y luego de ella misma. Replicó con gentileza que no había suma de dinero que pudiera rescatarlo de su obligación personal para con la familia de su padre, “de cumplir con el deber humano más sagrado, la lealtad a la propia carne y sangre de uno”.
 El padre de Rebeca se sintió profundamente conmovido por las palabras con que Jesús expresaba su devoción familiar y se retiró de la entrevista. El único comentario a su esposa, fue: “No podemos tenerle como hijo; es demasiado noble para nosotros”. 
 Allí comenzó aquella extraordinaria conversación con Rebeca. Hasta ese momento de su vida, poca distinción había hecho Jesús entre muchachos y muchachas, jóvenes y doncellas. Su mente estaba tan ocupada con los problemas de los asuntos terrenales prácticos y la fascinante contemplación de su carrera futura “en los asuntos de su Padre”, que jamás había considerado seriamente la consumación del amor personal en el matrimonio humano. Se encontraba ahora con otro de esos problemas que todo ser humano común debe enfrentar y solucionar. En verdad Él fue “tentado en todo según nuestra semejanza”.
 Después de escucharla con gran atención, expresó Jesús su gratitud por la admiración explícita que Rebeca le profesaba, añadiendo: “Aliviará mis penas y me consolará todos los días de mi vida”; pero le explicó que no era libre de entrar en relaciones con mujer alguna, más allá del fraterno afecto y pura amistad. Repitió que su primero y supremo deber era para con la familia de su padre, y que no podía albergar ideas matrimoniales hasta completar la tarea de criar a sus hermanos. Luego añadió: “Si en verdad soy un hijo del destino, no debo asumir obligaciones de por vida hasta que llegue el momento en que mi destino se haga manifiesto”.
 Grande fue la desesperación de Rebeca. No hubo forma de consolarla, y con el corazón adolorido, insistió con su padre para que se fueran de Nazaret, hasta que finalmente él convino en mudarse a Séforis.
 En los años que siguieron, Rebeca sólo tuvo una respuesta para los muchos hombres que pretendían su mano en matrimonio. Vivía para un solo propósito, esperar la hora en que éste a quien ella consideraba el más grande hombre de todos los tiempos comenzara su carrera como maestro de la verdad viviente.
 Devotamente rebeca siguió a Jesús durante los años memorables de su labor pública, estando presente, sin que Él advirtiera su presencia, el día de su ingreso triunfal a Jerusalén. Y estuvo “entre las otras mujeres”, junto a María, aquella tarde fatídica y trágica cuando el Hijo del Hombre fue suspendido en la cruz. Porque para ella, como para incontables mundos en lo alto, Él era ”el único enteramente digno de ser amado, el más grande de todos”.
 Por hoy es todo, pero mañana estaremos nuevamente en estos espacios de las redes sociales, Dios mediante.
 CDR.
Periodismo Independiente.

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