Desde Nuevo Laredo:
La Columna Política de Carlos Domínguez
SIMÓN EL ZELOTE
Simón el Zelote, el onceavo apóstol, fue escogido por Simón Pedro. Era hombre hábil, de buen linaje y vivía con su familia en Capernaum. Tenía veintiocho años cuando se unió a los apóstoles. Era un vigoroso agitador político y también un hombre que hablaba mucho sin pensar. Había sido mercader en Capernaum antes de dedicar toda su atención a la organización patriótica de los zelotes.
Simón el Zelote fue puesto a cargo de las diversiones y de la distracción del grupo apostólico y fue un organizador muy eficaz del entretenimiento y actividades recreativas de los doce.
La fuerza de Simón radicaba en su lealtad inspiradora. Cuando los apóstoles encontraban un hombre o una mujer que estaban indecisos respecto a entrar al Reino, enviaban a Simón. Usualmente le bastaban unos quince minutos a este entusiasta defensor de la salvación por la fe en Dios para aclarar toda duda y eliminar las indecisiones, y presenciar el nacimiento de una nueva alma a la “libertad de la fe y el gozo de la salvación”.
La gran debilidad de Simón era su mente materialista. Este judío nacionalista no podía rápidamente convertirse en un internacionalista con inclinaciones espirituales. Cuatro años eran insuficientes para efectuar una transformación intelectual y emocional semejante, pero Jesús siempre fue paciente con él.
Lo que Simón más admiraba de Jesús era la calma del Maestro, su seguridad, su equilibrio y su inexplicable serenidad.
Aunque Simón era un revolucionario apasionado, un agitador temerario, gradualmente mitigó su fiera naturaleza hasta llegar a ser un predicador poderoso y efectivo de “la paz en la tierra y la buena voluntad entre los hombres”. Simón era un gran polemista; le gustaba discutir. Cuando se trataba de enfrentar las mentes legalistas de los judíos cultos o los sofismas intelectuales de los griegos, siempre se le asignaba esta tarea a Simón.
Era un rebelde por naturaleza y un destructor de pinturas y esculturas sagradas por formación, pero Jesús lo conquistó para los conceptos más elevados del Reino del Cielo. Siempre se había identificado con el partido de la protesta, pero ahora se unía al partido del progreso, de la progresión ilimitada y eterna del espíritu y de la verdad. Simón era hombre de lealtades intensas y cálida devoción personal, y amaba profundamente a Jesús.
Jesús no temía identificarse con hombres de negocios, peones, optimistas, pesimistas, filósofos, escépticos, publicanos, políticos o patriotas.
El Maestro tuvo con Simón muchas conversaciones, pero no consiguió convertir completamente en internacionalista a este ferviente nacionalista judío. Jesús a menudo le dijo a Simón que era adecuado procurar la mejora del orden social, económico y político, pero Él siempre añadía: “Ese no es asunto del Reino del Cielo. Debemos dedicarnos a hacer la voluntad del Padre. Nuestro trabajo es ser embajadores de un gobierno espiritual en lo alto, y no debemos ocuparnos de inmediato de ninguna cosa que no sea la representación de la voluntad y el carácter del Padre divino que dirige ese gobierno, de cuyas credenciales somos portadores”. Todo esto era difícil de entender para Simón, pero gradualmente comenzó a comprender algo del significado de las enseñanzas del Maestro.
Después de la dispersión debida a las persecuciones en Jerusalén, Simón ingresó en un retiro temporal. Estaba literalmente deshecho. Como patriota nacionalista se había rendido en deferencia a las enseñanzas de Jesús; ahora, todo estaba perdido. Había quedado sumido en la desesperación, pero en unos pocos años reanimó sus esperanzas y salió a proclamar el Evangelio del Reino.
Fue a Alejandría, y después de remontar el Nilo, penetró hasta el centro de África, predicando en todas partes el Evangelio de Jesús y bautizando a los creyentes. Así trabajó hasta llegar a ser anciano y endeble. Cuando murió fue enterrado en el corazón del continente africano. (CONTINUARÀ EL PRÒXIMO DOMINGO)
Por hoy es todo, pero mañana estaremos nuevamente en estos espacios de las redes sociales, con el permiso de Dios.
CDR.
Periodismo Independiente.
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